El Museo de los Mamuts, en Siberia, Rusia, es el lugar al que hay que ir para ver bestias prehistóricas disecadas, fósiles y… a Vladimir Putin.
A su llegada, el mandatario ruso baja con agilidad los escalones. Es recibido por el gobernador local, escogido por el Kremlin para ocupar ese puesto.
Llega entonces mi turno. Tengo una barba blanca, creo que Putin debe haberme confundido con un profesor de paleontología que está pasando por un mal momento.
El presidente de Rusia me da la mano. Yo le pregunto sobre las muertes en Ucrania.
Responde evasivamente y se voltea a su derecha para inspeccionar el esqueleto de un mamut.
¡Rayos!
Había esperado 14 años por ese momento, desde que presencié la segunda guerra en Chechenia.
Y se había ido… ¡Rayos!
De repente, me di cuenta de que estaba regresando a donde yo estaba, acompañado de su secretario de prensa, Dmitry Peskov, quien se interpuso entre Putin y yo.
Mi voz resonó: "Quisiera hacerle una pregunta sobre la guerra. Las muertes en Ucrania. Miles han muerto: rusos, ucranianos, malayos, británicos, holandeses".
Estaba pensando en quienes perdieron la vida en el vuelo MH17 de Malaysia Airlines.
En julio estuve en el lugar en el que cayó el avión. Olí la mezcla de combustible de avión y descomposición de restos humanos. Vi sus pertenencias regadas en campos que se encuentran en el este de Ucrania.
Fue un crimen monstruoso.
Hablé con testigos que dicen haber visto un lanzador de misiles en territorio controlado por opositores a Kiev aquel terrible día.
Indirectamente, la evidencia apunta al Kremlin y sus aliados.
Miradas enfrentadas
"¿Lamenta las muertes en Ucrania?", le pregunté.
Putin se dio la vuelta y dijo algo en ruso: "Peskov, traduce, voy a responder".
El presidente responsabilizó al gobierno en Kiev por la guerra y el fracaso en las conversaciones con los rebeldes que están en el este del país.
Mientras hablaba, me miraba. Es bueno en eso. Yo sostuve su mirada.
En su larga respuesta explicó cómo el ejército ucraniano bombardeaba a civiles en sus casas en el este de Ucrania.
He estado en Donetsk y he visto pruebas de esta realidad. La diaria estupidez de la guerra.
Un proyectil ucraniano cayó en un hospital de maternidad. Afortunadamente, los doctores trasladaron a todos los pacientes al sótano antes de que eso ocurriera. Bajo las tuberías de un pasillo con luz tenue, un bebé dormía en los brazos de su madre.
No tenía ni siquiera 24 horas de nacido, y todo lo que había conocido era la guerra.
Cabezas incineradas
Pero la estupidez, e incluso cosas peores, no son privilegio de un solo lado en un conflicto.
Recuerdo haber visto evidencia de crímenes de guerra en Chechenia, hace 14 años. De los rusos bombardeando un convoy con bandera blanca, lanzando bombas contra civiles.
Conocí a una mujer que me mostró las cabezas carbonizadas de sus dos hermanas, incineradas cuando tropas rusas bombardearon su hogar. Las tenía envueltas en un pañuelo.
"Gracias, señor Putin", gritó en aquella ocasión la mujer.
El presidente ruso tenía razón con respecto al ataque del gobierno ucraniano contra civiles.
Pero hay un contraargumento: que el Kremlin ha impulsado la guerra en la región y ha enviado tanques y tropas de combate. Y ha mentido al respecto.
Putin, el elfo
En Rusia aumenta el número de tumbas de soldados que perdieron la vida en Ucrania. Quienes lo han contado, han recibido golpizas.
Putin seguía hablando conmigo. En persona, es impresionantemente menudo.