No tenía idea de que su jefe sería el hombre más temido de todo el país, ni podía adivinar el conflicto civil que estallaría ante sus ojos.
Lo único que tenía en mente el estadounidense Alex Owumi cuando llegó a la ciudad libia de Bengasi era jugar al baloncesto.
Estos son fragmentos del relato de su historia. Advertimos que el testimonio puede herir la sensibilidad de los lectores.
"Era el 27 de diciembre de 2010 y recién había llegado a Bengasi, la segunda ciudad más grande de Libia, para jugar baloncesto en un club llamado Al Nasr Bengasi.
Yo había estado en lugares bonitos cuando jugaba en equipos en Europa, pero este apartamemto en el séptimo piso en el centro de la ciudad era algo diferente. Parecía el Taj Mahal.
Al principio no me percaté de las fotografías que estaban esparcidas por todo el lugar, del líder libio, el coronel Muamar Gadafi, y sus nietos.
"El apartamento pertenece a Mutassim Gadafi, hijo del coronel", dijo el presidente del club, a quien llamábamos Señor Ahmed. "Al Nasr es el club de Gadafi. Tú estás jugando para la familia Gadafi".
¡Gadafi! Cuando crecí en África -nací en Nigeria- Gadafi era una de las caras de África, él y Nelson Mandela. De niño no estaba al tanto de todas las cosas malas que hacía.
En una ocasión viajamos a un partido en la capital, Trípoli, en un jet privado como si fuéramos un equipo de la NBA (la Asociación Nacional de Baloncesto de Estados Unidos).
El coronel Gadafi estuvo en ese partido. Antes del comienzo lo ví sentándose con su escolta militar en la gradas con un uniforme blanco.
Ganamos ese partido por 10 puntos y luego, en el vestuario, Ahmed nos entregó unos sobres, cada uno con US$1.000. "De nuestro líder", nos dijo"

El estallido de la violencia

"El otro jugador internacional del equipo procedía de Senegal, Mustafá Niang.
El entrenador del equipo, Sharif, era egipcio y estaba preocupado por la situación en que se encontraba Egipto, en plena revolución popular.
También había rumores de una rebelión en Libia, pero nunca los tomé muy en serio.
Hablamos de un país en el que su líder había estado en el poder por 42 años. ¿Quién en su sano juicio se le ocurriría enfrentarse a este tipo de líder, a ese ejército?
Desde la azotea de mi apartamento en Bengasi podía ver toda la ciudad. Me gustaba ir allí cuando estaba nostálgico y extrañaba a mi familia. Me servía para airear mi mente.
Gadafi y el equipo
Owumi coincidió con Gadafi en un encuentro disputado en la capital libia, Trípoli.
Pero el 17 de febrero de 2011, alrededor de las 9:15 de la mañana, fuí hacia la azotea y con sorpresa vi a 200, tal vez 300 manifestantes frente a una comisaría de policía.
Un convoy militar se aproximaba cada vez más cerca. Entonces, sin ninguna advertencia, comenzó a disparar.
Vi a gente corriendo y otros cayendo al suelo. Había cadáveres por todos lados. Recé para que fuera un sueño y pudiera despertar en cualquier momento.
Logré regresar a mi apartamento y me encerré. Traté de llamar a Mustafá pero no había conexión. Internet también estaba caído.
De vez en cuando me asomaba por la ventana. La multitud se había dispersado. En su lugar pude ver a niños, los mismos con los que jugaba al fútbol en las calles. Ahora se habían transformado en rebeldes, con sus propias armas y machetes.
Hubo un golpe en mi puerta. Abrí y dos soldados me preguntaron, "¿Estados Unidos o Libia?". Les mostré mi pasaporte estadounidense y me permtieron volver a entrar. Cerré la puerta.
Después de unos 15 minutos escuché algunos chillidos y objetos arrastrados por el suelo. Cuando abrí la puerta para saber qué estaba pasando ví a un hombre, mi vecino, tirado en el suelo. Estaba cubierto de sangre y no se movía.
Lo conocía y me caía bien. Tenía una hija de unos 16 años con quien solía conversar en el vestíbulo para que practicara su inglés.
Escuché unos ruidos que venían del otro lado del corredor. Eran de llanto y respiración profunda. Me acerqué lentamente y ví una AK-47 en el piso. Me deslicé un poco más y vi a uno de los soldados con sus pantalones bajados violando a la niña.
Me enfurecí y tomé el arma, pero de la nada salió el otro soldado y me apuntó con su AK-47. Pensé que iba a apretar el gatillo y matarme. Pero no lo hizo. Me obligó a entrar en mi apartamento.
Como cristiano es difícil para mí decir esto, pero muchas veces puse en duda mi fe en Dios. Aquel primer día me senté en el suelo, llorando y rezando, tratando de usar el teléfono una y otra vez.
Bengasi, Libia
Desde su apartamento, el baloncestista estadounidense fue testigo de la muerte de decenas de personas.
Pero todo continuó: los gritos, las sirenas, los disparos. Sin parar, 24 horas al día. Mi apartamento era una zona de guerra.
Me dije a mí mismo que sería rescatado, que en cualquier momento los marines estadounidenses atravesarían mi puerta de hierro. Estaba listo para salir disparado. No me acostaba sino que dormía siestas cortas durante el día y la noche.
No tenía electricidad ni agua. La comida que me quedaba se acabó en un día o dos.
Racioné el agua que tenía para cuatro o cinco días. Entonces se acabó. Así que comencé a tomar agua del toilet, utilizando bolsas de té para que fuese más agradable.
Cuando necesitaba ir al baño, algo que no era frecuente, orinaba en la bañera y defecaba en bolsas de plástico, que anudaba y dejaba en la puerta.
Cuando el hambre empeoró, comencé a comer cucarachas y lombrices que saqué de las plantas que tenía en las repisas de las ventanas.
Había visto programas de supervivencia y me parecía recordar que era mejor comérselas vivas porque mantienen sus nutrientes.
Se movían y eran saladas, pero tenía tanta hambre que era como comerse un filete.
Doce días después de encerrarme en mi apartamento, el celular sonó. Era Mustafá. “¡Mi hermano!, ¿cómo estás? “, me preguntó. Le dije que no muy bien.
Él también estaba atrapado en su apartamento, al otro lado de la ciudad. Y me dijo que mi novia, Alexis, lo había llamado desde EE.UU. muy preocupada por mi"

La huída hacia Egipto

"Salí a la calle y vi las carcasas de las balas que habían sido disparadas dos semanas atrás.
Balón de basket
Para Owumi, el baloncesto fue una suerte de terapia.
Entonces vi a los mismos niños que miraba desde mi ventana, los que jugaban fútbol conmigo, que me ayudaron a salir del barrio y me trasladaron hasta la oficina del presidente del equipo.
Allí, Mustafá y yo nos abrazamos y Ahmed nos dijo a los dos: “Podría sacarlos de aquí, pero será muy peligroso”.
Dijo que serían seis horas en auto por una larga carretera del desierto hasta la frontera egipcia.
Mustafá no quería hacerlo pero logré convencerlo.
Y mientras hablábamos del tema, yo devoraba pasteles y bebía botellas de agua. Esto me dio suficiente energía para volver a mi apartamento por mis propios medios, acompañado de mi banda de diminutos guerreros.
Hice una pequeña maleta y oí una bocina de auto. Era nuestro transporte a Egipto –un pequeño vehículo con Mustafá, de 2,08 metros de altura, apretado en el asiento delantero.
Quince minutos fuera de Bengasi llegamos a nuestro primer puesto de control. Los rebeldes buscaron en nuestras cosas, tirando nuestra ropa al suelo, buscando nuestros pasaportes.
Como hombres negros, éramos sospechosos de ser mercenarios de Gaddfi que escapábamos del país.
El conductor no hacía más que decir: “Sólo son jugadores de baloncesto, sólo son jugadores de baloncesto”. Pero había tanto caos, tanta muerte en la ciudad, que la gente no se creía nada.
Por la gracia de Dios nos dejaron marchar. Pero había otros siete puestos de control y en lugar de ser un viaje de unas seis o siete horas, se convirtió en una travesía de 12 horas por las frecuentes paradas.
Cruzamos la frontera egipcia y después de tres días en un campamento de refugiados, podía haber retomado el camino de vuelta a Estados Unidos.

De vuelta a una cancha de baloncesto

Pero recibí una llamada del entrenador Sharif, que me dijo: “Quiero que vengas a Alejandría, que te quedes conmigo y mi esposa y te recuperes”.
Alex Owumi
Owumi necesitó mucha terapia para recuperarse de la experiencia vivida en Bengasi.
Lo pensé y me di cuenta de que necesitaba algo de tiempo. No quería que mi familia me viera en ese estado. Así que le dije adiós a Mustafá y tomé el autobús a Alejandría.
Cuando Sharif me vio, sacudió la cabeza, mientras decía: “Este no es el chico que yo conozco. Este no es él”.
Se me veía diferente. El pigmento de mi cara estaba descolorido, tenía pelo por toda la cara.
Los dientes estaban sucios y dañados, los ojos inyectados en sangre.
Pero no era sólo eso.
Sharif notó, simplemente, que mi alma se había ido. Y dijo: “Las veces que te vi feliz fue cuando jugabas baloncesto”.
Así que me metió en un equipo de Alejandría llamado El Olympi, entrenado por uno de sus exjugadores.
El Olympi quería que los ayudara al menos a clasificarse para la fase final, y finalmente ganamos 13 partidos seguidos y nos proclamamos campeones. Fue increíble.
La decision de jugar el resto de la temporada en Egipto fue demasiado dura para mi madre y mi novia"

Difícil regreso a casa

"Cuando regresé a casa y vi a mi padre, lloré. Estaba en coma diabético.
¿Cayó en coma porque yo, su hijo más pequeño, no quería volver a casa? Me sentí muy, muy culpable.
Me diagnosticaron estrés postraumático.
Me encerraba en casa durante 15 horas con las persianas cerradas.
No me bañaba.
Seguí mucha terapia.
Me criaron en la fe católica y me di cuenta de que volver a la iglesia era una forma de recuperarme.
En cuanto a mis antiguos compañeros de equipo en Bengasi, no tenían dónde ir, no tenían manera de escapar. Muchos de ellos tuvieron que combatir en la guerra.
Bengasi, Libia
Bengasi permanece inmersa en una espiral de violencia entre grupos rebeldes.
Todavía estoy en contacto con uno de ellos y con Mustafá, con quien hablo una vez cada 15 días.
Le vi por última vez el verano pasado y le di el abrazo más fuerte del mundo. Somos colegas para siempre.
Me he esforzado mucho en ponerme en contacto con la chica que vivía al otro lado del pasillo en Bengasi. No he encontrado rastro, nada"

Memorias como terapia

"Estaba intentando olvidar todo lo que me ocurrió.
Pero mi familia me convenció de que necesitaba compartir mi historia, así que escribí unas memorias, "El base de Gadafi". Hacerlo fue difícil, lloré mucho.
No me arrepiento de haber ido a Libia.
En la vida, como en el baloncesto, vas a cometer errores, vas a hacer malas jugadas. Pero Dios tiene un plan para cada uno. Puedes ir a la izquierda, a la derecha, pero al final terminarás en el camino por Él marcado.
Mi novia y yo seguimos juntos, y después de un descanso del deporte, estoy jugando de nuevo, ahora en Inglaterra, con los Worcester Wolves.
Mis compañeros de equipo no saben bien cómo tratarme. Todavía me deprimo de repente.
Alex Owumi
Owumi ha vuelto a las canchas de juego en las filas del equipo inglés Worcester Wolves.
En un minute paso de estar feliz a triste.
Cuando cierro los ojos, revivo momentos de 2011. Veo caras, espíritus. Por lo tanto, quedarme despierto es mi mejor opción.
Sólo duermo cuatro horas, y a las 8 am ya estoy emocionado por ir al entrenamiento. El baloncesto es para mí una salida.
El único momento en que estoy tranquilo son esos 40 minutos de juego"
 
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